Sounding o el arte de meterse cosas por la polla

Sounding o el arte de meterse cosas por la polla

miércoles, 20 de febrero de 2013

Sounding relatos: Estudiando anatomía; Parte 2



Carlos se levantó frente a la mesa destinada al estudio y desde la cual el libro de anatomía le observaba, para desatarse el cordón del pantalón deportivo que llevaba puesto y así, seguidamente, bajarse los mismos, como hiciese a continuación con sus ceñidos bóxers de estampado diseño, hasta colocar ambos en sus tobillos y terminar deshaciéndose de los mismos. El aparato reproductor masculino esquematizado en las páginas de su libro de estudios tenía ahora frente a sí los genitales de Carlos, más reales y sobre todo más estimulados, con un sin circuncidar pene en erección que lograba alcanzar los diecisiete centímetros en estados, como aquél, de pleno apogeo viril.

Carlos miró en derredor del libro intentando atisbar por los rincones de la mesa aquel objeto con el que no sólo jugaría, sino que utilizaría además para desvirgar el interior de su verga. Dirigiendo su mirada hacia el lapicero repostado en los confines fronterizos del escritorio con la pared oriental del cuarto, descubrió un sinfín de candidatos firmes y apropiados para tal fin sexual, eligiendo por su propio voto unánime un lápiz de punta redondeada y tonalidad bermellón que contrastaba con el lacado amarillento atravesado por firmes franjas azabaches, paralelas a la misma mina que permitía al instrumento ejecutar la principal tarea para la que le habían destinado, desconocedor del nuevo uso al que ahora Carlos le iba a someter.

Sabía, como el diligente y aplicado estudiante de medicina en que se estaba convirtiendo, que toda limpieza es poca a la hora de actuar con cualquier punto interno del cuerpo humano, por lo que, cogiendo el lápiz entre los dedos de su mano derecha, vestido sólo con su camiseta deportiva y la sudadera universitaria estrenada aquel invierno, con su pene balanceándose erecto entre sus desnudas piernas mientras andaba, se dirigió al baño con que contaba aquel cuarto de estudiantes para lavar con abundante agua el útil de escritura, después de haberlo sometido a un ligero baño en alcohol, guardado éste en un frasco depositado a su vez en el armario del aseo en que Jaime lo metió tras haberlo adquirido durante el periodo en que el compañero de habitación se curaba la perforación que había permitido realizarse en el labio superior, fruto de su deseo por lucir en esta zona de su anatomía un piercing.

Con el lápiz lavado y desinfectado, y la mente ocupada en la amalgama de pensamientos lascivos que en relación al ejercicio a que iba a someter su pene galopaban por su imaginación, Carlos salió del aseo y se sentó en el borde de su cama opuesto a la pared y cercano a la cama de Jaime, del que le separaba un estrecho pasillo culminado con una mesilla compartida. Abriendo sus piernas, los testículos rozaron la colcha que cubría el lecho mientras que su verga se mantenía plenamente erguida, cual mástil destinado a viajar en pro de las sensaciones sexuales más arriesgadas y excitantes.

Alcanzando con su mano izquierda el cajón de la mesilla donde guarda, entre su ropa interior, algunos enseres y objeto personales, sacó un bote de crema de manos algo aceitosa y tras dejar la tapadera junto a su muslo derecho, tomó con su dedo índice la cantidad de crema que creyó oportuna para embadurnar el lápiz escogido, esparciéndola después por aquél para finalmente con sus dedos ya untados de la misma, mojarse los labios de su meato asegurando así la lubricación del mismo, ya humedecido de por sí con el abundante líquido preseminal que la verga de Carlos habitualmente expulsaba, excitada en momentos tales como aquel que ahora estaba viviendo.

Carlos cogió el lápiz entre los dedos índice y pulgar de su mano derecha, agarrando con su zurda su erecto miembro viril, previamente descapullado y dejando al aire un rosado y grueso glande, engrandecido y alcanzando sus cuotas máximas de sensibilidad debido a lo morboso de la situación a la que sabía que le iban a someter. La mente de Carlos viajó durante unos segundos a ese cuarto donde su primo Bruno, esperando a ser operado, era atendido por aquella joven enfermera que sometía el pene de su familiar a un sondaje profesional, aprisionado entre sus manos mientras que con sus dedos abría las puertas del conducto urinario para permitir que una sonda descubriese los secretos internos del rendido miembro viril.

Alentado por las imágenes que ocupaban su cabeza, Carlos se decidió. Abriendo su meato con los dedos de su mano izquierda, dirigió la cabeza colorada del lápiz hacia la salida de su uretra, convertida ahora en entrada y acceso a sus deseos más fetichistas. La misma sensación producida cuando acariciaba la boca de su glande en anteriores sesiones masturbatorias volvió a invadirle, llenándole de un placer morboso que recorría sus genitales y hacía estremecer todo su cuerpo. El extremo del lápiz se disponía a inaugurar aquella exploración de su pene, mientras que Carlos sentía cómo su verga parecía no sólo dispuesta a tal reconocimiento, sino que ansiaba que desvelasen los placeres que guardaba dentro de su carne. Sus ojos no se apartaban de la cabeza de su polla y miró como arqueólogo que abre las puertas al tesoro más recóndito ya encontrado, cómo la redondeada punta bermellón del lápiz comenzaba a desaparecer entre los labios de su glande que, excitado como nunca antes lo había estado, se hinchó más aún mientras que su verga parecía querer aumentar su tamaño más allá de lo permitido, simulando tragarse aquel tramo de lápiz que ya comenzaba a abrirse paso dentro de la uretra de Carlos.

Carlos sintió cómo el utensilio de madera comenzaba a rozar las paredes internas de su uretra, mientras que la sangre se agolpaba dentro de su pene y el calor de sus genitales alcanzaba cuotas insospechadas. Su respiración comenzó a acelerarse a la par que su circulación aumentaba intentando expandir por todo su cuerpo el resto de sangre que no había acudido hacia la verga. Carlos siguió introduciendo lentamente el tronco del lápiz dentro de su pene, viendo cómo las letras que decoraban el mismo empezaban a acortar la distancia que les separaban de un excitado meato que simulaba  querer tragarse todo aquel útil de escritura. El lápiz empezaba a abrirse paso dentro de la verga, ayudado por la crema con que Carlos lo había bañado, y que ahora, con más de un cuarto de lápiz dentro de su carne, intentaba reponer con los dedos de su mano izquierda, mientras que con la derecha sujetaba su erecta verga y la estaca que morbosamente parecía haberse clavado allí mismo. Según iba adentrándose el que ahora se había convertido en juguete por el trayecto de la uretra de Carlos, éste notaba cómo el mismo, abriéndose paso dentro de su carne, engrosaba el cuerpo esponjoso ubicado en la zona posterior de su verga que, agradecida por tal banquete, donaba a Carlos sensaciones nunca antes alcanzadas y cuotas de morbosidad nunca antes imaginadas.

Carlos dejó de mirar fijamente cómo los labios de su glande permitían que el pene que coronaba fuese follado por el lacado lápiz, para dejarse invadir por aquel sinfín de nuevas sensaciones que inundaban sus genitales y viajaban por todos los rincones de su cuerpo, cerrando los ojos mientras que con su mano izquierda sujetaba su erecto falo que seguía dejando entrar dentro de sí el lápiz que con la derecha cogía y seguía introduciendo lenta pero no pausadamente. Sus testículos sudaban mientras que sus piernas padecían un ligero temblor que compaginaba con la relajación de su ano. Carlos cerró los ojos y se dejó vencer por las sensaciones, olvidándose del mundo y centrándose exclusivamente en lo único que ahora le importaba: meterse más y más el lápiz dentro de su pene.

Las letras del lateral del lápiz ya habían prácticamente desaparecido cuando Carlos oyó algo. Aturdido por el placer aquel ruido pareció despertarle del sueño al que el mismo le había conducido, sin poder reaccionar a tiempo ante la nueva situación que en aquel cuarto iba a vivirse. Jaime, su compañero, acababa de llegar.


(Continuará...)

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