Jaime se levantó de pronto y se dirigió rápidamente hacia el baño, no sin antes
pedirle brevemente a su colega que le esperase un segundo. Carlos le miró
alejándose en dirección contraria a aquélla en la que estaban situados mientras
observaba cómo se llevaba con él, asido entre sus dedos zurdos el lápiz que
antes había escogido, no sin apartar a su vez la vista de aquel par de nalgas
que nunca antes había tenido el privilegio de poder observar desnudas, bañadas
por un finísimo vello y dotadas de la firmeza propia del deportista habitual en
que se convertía Jaime cuando el estudio se lo permitía. Un trasiego de
pensamientos desfilaban por su mente mientras sus ojos se despedían de aquella
hermosa anatomía del colega que la ocasión tan extraordinaria que se estaba
sucediendo le había permitido vislumbrar. Aquella confianza que su compañero
estaba tomando con él le sorprendía y le extrañaba, pero a la par le agradaba
profundamente. Era más que probable que aquel cúmulo de coincidencias que había
desembocado en la situación que estaba viviendo no se volviera a repetir. La
desinhibición de Jaime posiblemente se debía en gran parte a su estado de
ligera embriaguez. Lo más seguro es que a la mañana siguiente todo quedara
sumergido en un recuerdo del que ninguno de los dos se atreviese a hablar, pero
por eso mismo, y ahora que Jaime no sólo se desinhibía sino que además lo hacía
confesando el gusto por aquello que él mismo estaba inaugurando esa misma
noche, debía vencer su timidez y sumarse a la confianza depositada y nacida
entre ambos para poder vivir un espectáculo sin ser mero espectador lejano y
disfrutar de una vivencia deseada y completamente inolvidable.
Jaime regresó del baño con una ligera sonrisa entre los labios y el lápiz
cogido con la mano derecha, alzándola al compás que su mirada, dirigida hacia
la de Carlos, mientras movía el lápiz ondeándolo con rapidez en el aire de un
lado para otro, sujeto entre el pulgar y su dedo índice. Como aquél que hubiera
salvado un peligro antes de caer en el mismo, satisfecho comentaba a su colega,
a modo de excusa por su repentina salida del escenario, y mientras volvía a
tomar posición sentado sobre la cama:
- Se me olvidaba lavarlo, tío.
Carlos comprendió entonces que no era la primera vez que Jaime practicaba
lo que él había tardado tanto tiempo en decidirse a realizar. Aquellas palabras
rompieron totalmente con las reticencias que aún quedaban en Carlos y,
liberándose en él la confianza ya libre de Jaime, y rompiendo con la inhibición
que su falta de encuentros eróticos desembocaba en timidez hacia los otros chicos,
decidió dejarse llevar por el momento que la casualidad, el cúmulo de
coincidencias y la vida le presentaban, y comenzó a tratar a Jaime como a un
amigo al que conociese de toda la vida y con el que pudiera compartir y
desvelar todo tipo de secretos íntimos. Así, sonriéndole y en tono picaresco le
confesó:
- ¿Sabes que yo tampoco estaba metiéndome el lápiz por el culo…?
La boca de Jaime se entreabrió sin dejar de sonreír, efectuando una ligera
y seca risa solitaria que desembocó en un guiño hacia Carlos.
-Pero qué cabrón que es mi compañero de cuarto –dijo Jaime carcajeando-. Yo
que pensaba que te iba a dar lecciones de sounding y resulta que tú ya sabes
cómo petarte el rabo.
- Bueno, bueno… Hoy es la primera vez que practico el…, ¿cómo has dicho que
se llama?
- Sounding. Vamos, meterse cosas por el pito, para los amigos. ¡Je je je!
¿Entonces hoy era tu primer día?
- Sí…
- A ver, muéstrame entonces tus progresos, campeón.
Carlos estaba más que excitado por la situación. Si ya cuando se puso a
estudiar aquella noche nunca hubiera pensado que terminaría decidiéndose a
probar lo que tantas ganas tenía en relación con su uretra, jamás hubiese dado
crédito si le hubieran asegurado que culminaría su primera experiencia de uretralismo
mostrándole sus prácticas iniciales a otro chaval que estaba demostrando ser
tan curioso y morboso como él, y que no era otro que el colega de cuarto con el
que desde hacía varios meses compartía espacio vital y situaciones
estudiantiles.
- Ya te digo que es la primera vez…
Como si fuera una disculpa, Carlos soltó esta sentencia cual prevención
ante la carencia de madurez en el sounding que Jaime parecía haber superado
hasta una escala que no podía en ese momento alcanzar ni comparar.
- Tranquilo, tío. A tu ritmo.
Carlos se compuso y rompiendo con tabúes y miedos cogió con su mano
izquierda el pene más que excitado que calzaba y, tras limpiar previamente el
lápiz con la tela de la camiseta que portaba, y enjugando bien el mismo
metiéndoselo repetidas veces en la boca y bañándolo con su saliva en
abundancia, lo situó en las puertas de su conducto uretral, esperando a ser
abiertas en busca del camino que, recorrido, llevaría a Carlos a la meta del
placer más deseado.
- ¡Ey! Me falta lubricarlo.
- Sí. Mejor si le echas un poco de crema.
La contestación de Jaime sonaba como la aprobación de un tutor hacia su
pupilo y, sin variar la posición del lápiz asido con la mano derecha, deseoso
de introducirse por la fosa navicular de Carlos, éste alcanzó el bote de crema con
la mano izquierda tras soltar la erecta verga y, valiéndose sólo con su zurda
extremidad, se untó los dedos de graso lubricante que inmediatamente roció por
todo el lápiz tras untarse bien los labios de su meato.
- Estupendo tío. Pásamela a mí también.
Carlos le alcanzó el bote a Jaime y, tras la entrega, regresó su mano al
falo disponiéndose a repetir tras considerar esta vez que todo estaba
completamente listo, la operación en que minutos antes se encontraba inmerso
cuando aún disfrutaba de la soledad del dormitorio.
- Voy…
(Continuará...)
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