Había pasado infinidad de veces por la puerta pero nunca se había atrevido a entrar. Aquella tarde, sin embargo, Julio, sin mejor plan y a falta de cualquier evento organizado para las últimas horas de aquel día de comienzos de verano, decidió dirigir sus pasos más allá de la línea que nunca había tenido por conveniente cruzar y, tras sacar la entrada sin caer en la cuenta de la programación del día, se adentró en el interior del cine porno cuya puerta de acceso, cerrada tras de sí, se le asemejaba a las grandes fauces de una fiera indomable a la que se había querido enfrentar.
La realidad con que se topó no difería demasiado de la estampa construida en su mente en base a los comentarios que, a través de la red, había leído vertidos sobre este tipo de establecimientos, antiguallas supervivientes de una época en que, tras la revolución sexual setentista, se ofrecían como centros de escape y puntos de encuentro en un mundo donde lo sexual se abría camino mientras que lo homosexual aún permanecía ampliamente censurado, apenas en ciernes los medios informáticos.
Aquel cine porno se le presumía, en realidad, un antiguo cine familiar venido a menos tras la crisis en que muchas salas cayeron una vez victoriosa la venta y alquiler de películas en cintas individuales. Sin medios para su conversión en multicine, debieron ver sus antiguos o nuevos propietarios la oportunidad de sobrevivir, en mayor o menor proporción de tiempo, como cine donde los únicos cambios radicarían en la temática del género a proyectar, y en la vigilancia de la edad de todo aquel que quisiera acceder a su interior. La media de edad de los clientes que deambulaban por las zonas comunes parecía hacer juego con la antigüedad del local. Nadie menor de sesenta años aparentaba visitar el recinto, salvo algún que otro joven de rasgos extranjeros cuya edad parecía contraponerse a la de sus compañeros, y cuya estancia parecía responder a controvertidos motivos laborales, lejanos a los llevados a cabo por el personal de la empresa.
En la sala de cine propiamente dicha, de extremas y conservadoras grandes dimensiones, se adivinaba la presencia de parroquianos semejantes a los apostados en los pasillos y salas anexas y externas al gran salón. Los vivos colores reflejados en la tela final emanaban, entre folleteo filmado y reproducido hasta la saciedad, una luz tenue pero precisa en los servil para ofrecerse como linterna con la que poder atisbar el escenario que se conformaba en derredor. No veía Julio nada, o nadie, que le llamase la atención. A sus veintiocho años de edad, seguía prefiriendo relacionarse con tipos cuya longevidad entrara en un no muy abierto paréntesis dentro del cual la suya se erigiese centrada. Pensó que, a pesar de ello y tras haber desembolsado el precio del billete, aprovecharía para dar una vuelta, conocer el lugar y, antes de salir y alejarse de allí, rematar aquella curiosidad cumplida con un pajote ejecutado en algún rincón vacío del gran salón, frente a una pantalla inmensamente mayor a la tan vista de su ordenador personal.
Julio se percató entonces de la presencia, al subir por uno de los tenues pasillo laterales, de otro joven que, de pie y apoyado en la pared, cubierto con gorra deportiva y acompañado de una mochila depositada junto a su pierna izquierda, masturbaba su erecto falo, liberado de entre la abotonadura de sus calzonas de tela vaquera, mientras fijaba su mirada en la pornográfica escena de escaso argumento y nula censura que, en su posición tronal, vigilaba a todos los presentes que habían acudido supuestamente a adorarla. Dando lentamente los pasos que le acercaban hacia el punto exacto en que el maromo permanecía apostado, Julio acudió a su presencia con intención de saborear, en la medida en que los ínfimos faros del pasillo y la luminosidad de la pantalla se lo permitiesen, la escena que frente a él y en un punto opuesto a la película, tenía desarrollo. Al alcanzar la inmediatez del otro ser, repitió formas y, tras apoyar su espalda en la pared, bajando la cremallera de su bermudas floridas, sacó su verga, cada segundo más endurecida según iba sintiendo más cerca de sí la presencia del semejante entregado a las labores más onanistas. La escena real se le antojaba mucho más interesante que la propuesta desde el gran pantallón. Su entrega se convertiría en ese momento en doble, desdoblada entre su acción, destinada a la satisfacción sexual individual y básica, y su atención puesta por completo en la entrepierna y el vaivén ejercido sobre ella del tipo ubicado a escasa distancia de él. En tales lides no se dio cuenta de que el congénere tenía, de manera viceversa, puestos también sus ojos en la pajeada polla que lucía en pleno eréctil apogeo. Dando un paso al frente, el vecino se le acercó rompiendo la rutina pajillera en que Julio se había dejado caer.
- ¿Te vienes?
Sencillamente, fue ésta la propuesta que aquel desconocido le entregaba a Julio sin que esperase en ningún momento el lanzamiento de tal invitación. Julio no lo dudó, y asintiendo con la cabeza, y repitiendo la misma actitud que aquel joven, se guardó su erecto falo nuevamente para, tras él, seguirle pasillo arriba hasta salir del oscuro recinto.
- Me llamo Saúl.
Julio respondió a la presentación y al ofrecimiento de mano del ya bautizado anónimo, entregándole la suya e indicándole su nombre también.
- ¿Es la primera vez que vienes? No te había visto antes por aquí.
- Sí, se puede decir que estoy de estreno. Había pasado muchas veces por la puerta y siempre había tenido curiosidad, pero nunca me había atrevido a entrar. Pero, bueno, alguna vez debe ser la primera, ¿no? Y tú, ¿vienes mucho?
- Bueno, mucho mucho, no, la verdad, pero me gusta entrar de vez en cuando porque, cuando uno tiene novia, en este lugar se guarda mucho más el anonimato que en el ambiente o en las zonas habituales de cruising, y aunque no sea de mi agrado el tipo de clientela que hay por aquí, nunca falta algún chico guapo como tú con quien hacerse una buena paja... - le piropeó Saúl guiñándole a Julio el ojo-. Y tú, ¿tienes novia o eres gay?
- La verdad es que prefiero con diferencia a los tíos. Desde hace ya bastante tiempo casi no tonteo con ninguna tía- confesó Julio-. ¿Y qué sueles hacer cuando encuentras a algún chico guapo como yo por aquí?- Julio sonrió y le contestó con otro guiño de ojo.
- Ven y lo comprobarás.
Saúl rodeó el muro por cuyas aberturas se accedía al interior de la planta baja del salón de butacas y se dirigió hacia las escaleras que ascendían a la zona superior del cine. El número de espectadores era muy inferior al ya de por sí escaso del piso inferior. Encaminándose hacia la fila última y, tras comprobar que Julio seguía sus pasos, Saúl se sentó en el punto central de aquella hilera final y, dejando mochila y gorra descansando en la butaca asentada junto a su zurda mano, se desabrochó su cinturón, deslizó por sus muslos y piernas la vaquera ropa que cubría la parte alta de sus extremidades inferiores, quedando prácticamente desnudo de cintura para abajo, una vez en desuso también los slips que atesoraban un formidable falo en erección.
Julio, cual aprendiz de relevante mentor, repitió actuación y, al igual que su compañero contiguo, se dispuso a acariciarse con decisión la polla, en pleno apogeo eréctil, para pasar, pocos segundos después, a someterla a un onanista masajeo manual. Las miradas de ambos circulaban en una ruta cuyos puntos de destino alternaban entre el paquete propio, la entrepierna del semejante, y la mirada del compañero de juegos eróticos.
- Tienes buen rabo, chaval- le comentó Saúl a Julio.
- Pues anda que tú, cabrón. ¿Cuánto te mide ese pedazo de verga?
- Veinte centímetros, ¡je je! ¿Te gusta?- preguntó Saúl mientras lo sostenía, cual mástil, por la base peneana con su mano derecha.
- ¡Uff!, no veas tío. ¿Y eres muy lechero?
- ¡Je je! Mucho. Mi polla es lechera y juguetona. Le gusta que pruebe de todo con ella.
- ¿Sí? ¿Cómo qué, tío?
- Mira...
Saúl se llevó el dedo meñique de su mano derecha a los labios y, mientras chupaba la yema del mismo, sujetaba con su mano zurda y con decisión el cipote que capitaneaba su masculina pelvis. Julio observaba extrañado la operación, sin lograr adivinar qué acto estaba llevando a cabo el vecino de butacas. Saúl, con el dedo mojado, acercó este apéndice manual a la punta de su capullo, y abriéndose el meato uretral con los dedos índice y pulgar de su contraria, comenzó a pasar el meñique derecho por la rajita varonil, intentando introducir el mismo dentro de su destacado miembro genital.
Julio no salía de su asombro. Su sorpresa era doble, no sólo por vislumbrar en vivo una operación masturbatoria de la que no había oído hablar antes, sino porque, además, la cara de Saúl mostraba signos indubitables de excitación lejanos al dolor o incomodidad que, en un principio, se le antojaba como respuesta corriente al hecho de intentar tocar o introducir algo dentro del pene.
- ¡Joder tío!
- ¿No habías visto a nadie meterse nada dentro de la polla?
- Que va. ¿Tú te metes normalmente cosas por el pito?
- Sí tío. Es una pasada. Es una sensación muy placentera.
- ¿Y no te duele?
- Que va. Si lo haces con cuidado, al contrario. Da un morbo que lo flipas. ¿Te mola?
- No sé tío... Es la primera vez que lo veo pero... Sí, la verdad es que da morbo.
- ¡Je je! ¿Me quieres ayudar?
- ¿Yo? Bueno... ¿Qué quieres que haga?
Saúl sonrió a Julio y le cogió el dedo meñique de su mano izquierda. Llevándoselo a su boca lo chupó cual caramelo del que deseara obtener de una sola bocanada toda la esencia y sabor y, con las yema y falange última empapadas, lo condujo hasta aquella húmeda portada de su sexo que parecía esperar, abiertos sus labios con las puntas de sus otros dedos, la llave que Saúl acercaba encontrada en la mano de Julio con la que abrir un desconocido mundo de placer sexual. La yema del dedo meñique de Julio se adentró en el umbral uretral de Saúl, provocando en el dueño del cipote un susurrante gemido que, junto a la respuesta táctil obtenida por el novato desde el extremo de su zurdo brazo, hicieron que aquél se estremeciese de morbo.
- ¡Joder tío! ¡Qué pasada! Parece como si tu polla estuviese hambrienta y tuviera ganas de tragarse mi dedo.
- ¡Je je! Ya te digo. Es muy tragona. Esto no es nada...
- ¿Y eso? ¿Te metes otras cosas?
- Lo que pillo... Lápices, bolis, pinceles... Lo traga todo.
- ¡Joder! Sí que te gusta entonces, cabrón. ¿Y puedo yo probar?
- ¡Claro1 Haz lo mismo que yo. Chúpate bien un dedo, ábrete un poco la rajita del pito con los dedos de la otra mano, y prueba primero a tocar por fuera y después, poco a poco, un poco por dentro. Ya verás.
Julio, cual discípulo intentando poner en práctica los conocimientos recién adquiridos, no sin dejar con ello de aspirar a impresionar a su mentor, se dispuso a ejecutar las instrucciones dadas y observadas al compañero de juegos al pie de la letra. Una vez sumido en el ejercicio, las sensaciones abiertas al joven superaban lo estimado por él, y cuando su dedo se dispuso suavemente a acariciar el interior de su caño urinario, un estremecimiento recorrió su espinazo, en simbiosis entre alerta táctil y placer sexual. Julio jamás pensó en poder recibir tal descarga de reacciones y, admirado y agradecido por lo aprendido, continuó con la labor, alternando su mirada entre la dirigida a su propio paquete y las vistas lanzadas hacia los genitales de aquel ubicado a su izquierda, que no había dejado de pajearse y hacerse un dedo mientras Julio se estrenaba en la que, para él, era totalmente una nueva técnica masturbatoria.
- ¡Joder! Es una sensación rara, pero a la vez muy morbosa.
- Exacto tío, Es sobre todo morbo. Pero tampoco deja de ser placentero, ¿no crees?
- Sí tío. ¡Uf! Estoy supercaliente. Si sigo así no tardaré en correrme.
- Pues adelante chaval. Por mí no te cortes. A mí también me queda poco para lefar.
- ¡Venga! Pues corrámonos entonces.
Julio terminó el diálogo con una sonrisa y guiño dirigidos hacia Saúl. Tras abandonar la tocada de uretra, cogió firme la erecta verga con su mano derecha y, con un fuerte movimiento repetitivo masturbatorio, apenas unas decenas de segundos después eyaculó una abundante cantidad de leche caliente sobre su pecho. Sonriente cual triunfante, giró la cabeza hacia el compañero, observando que también aquél había logrado ordeñar su verga sacando de sus huevos un considerable jugo masculino que, más líquido que el suyo propio, comenzaba rápidamente a caer por los costados de su tronco, cual lava ardiente que se precipita por el terreno colindante al volcán en que, segundos previos, se habían convertido su polla.
- ¡Qué bueno tío! Ha estado genial.
- Ya lo creo, chaval. Ahora toca limpiar.
Y con un guiño, Saúl sacó de su mochila un par de pañuelos de papel con los que poder recoger el blanquecino néctar vertido por ambos maromos. Julio aceptó el presente y, mientras limpiaba su corrida pensó en lo vivido. Cuan fácil sería limpiarse pero, y afortunadamente, qué difícil de olvidar aquella experiencia. Sin duda, aquella primera visita a un cine porno quedaría marcada siempre en su memoria.
(Dedicado a la última Sala X de Madrid, la cual, tras ofrecer placer y diversión a los miles de clientes que pasaron por ella durante años, sella con su cierre una página dentro de la historia social de España. Uretragay).
Gran Relato, UretraGay, muy morboso, caliente, que no he tenido más remedio que cascarme un pajote a tu salud !!!!
ResponderEliminarEres un crack.
Un abrazo,
Nacho